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"¡No, el tiempo no lo cura todo!"

Foto(s): Cortesía
Redacción

SANTA MARÍA XADANI, Oaxaca.- Aquí el tiempo parece haberse detenido desde hace un año. Para Rosita, a sus 34 años, una fecha es inolvidable: el 7 de septiembre. Lo mismo ocurre con su hijo que debería estar cursando el cuarto semestre de preparatoria.


Rosita apenas terminó la primaria en un pueblo donde parece que las oportunidades para las mujeres todavía son lejanas. Ella se unió a Arturo Guerra Jiménez, oriundo de esta tierra zapoteca, donde la principal actividad económica la constituyen el campo y la pesca. Las mujeres, mayormente se dedican al comercio y al cuidado de la casa y los hijos.


En el caso de Rosita, únicamente se dedicaba al hogar. Su esposo proveía los gastos, a veces con labores en el campo, a veces con trabajos de albañilería. Así consiguieron hacerse de una casa, la cual era de dos plantas; pero tenía un detalle, según sus vecinos, las bases no eran más que unos simples castillos.


Aquella noche, la del 7 de septiembre, la familia descansaba. Los hijos, uno de 15 y otra de 9 años, se encontraban en la parte alta de la casa. La pareja de esposos se encontraba en la primera planta cuando el sismo ocurrió.


Arturo, el padre de familia, corrió a los cuartos donde dormían los vástagos y logró de sacar a su hijo quien corrió por la sala de la mano de su madre. En cuestión de segundos -que parecían eternos- Arturo y su hija Ángeles jamás salieron de la casa debido a que la débil estructura no aguantó y sepultó al padre y a la hija.


Todo se vino abajo. Todo. Rosita y su hijo vieron a su familia desintegrarse y tras la pérdida material, tuvieron que aceptar el duelo y dejar partir a Arturo y a Ángeles.


Rosita asegura que las fuerzas, por momentos, se le van. Los recuerdos del terremoto se le vienen a la mente cada vez que cierra los ojos, o al momento de sentir una de las miles de réplicas, que está región del Istmo aún vive.


Ahora se ha convertido en madre y padre a la vez, tiene por quién ver y se empleó en una tortillería. Ella, como decenas de damnificados, está a la espera de recibir apoyo para su hijo, una beca que el mismo gobernador y el Presidente de la República les prometieron en su visita a Xadani.


Su casa ya fue reconstruida como muchas más de las que colapsaron ese Noche Negra.