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Angustia y zozobra reinan en San Mateo del Mar, Oaxaca

Foto(s): Cortesía
Redacción

SAN MATEO DEL MAR, Oaxaca.- “Mi casa está destrozada”, dice Carlos, un menor de 10 años, y la saliva se agolpa en la garganta. Con parsimonia, es él quien se encarga de mostrar los estragos del terremoto que el jueves echó abajo el patrimonio familiar. Primero reseña lo que sucedió en la sala: nada está en pie. En las habitaciones permea el desorden y en la cocina ningún estante resistió el embate.


El niño dormía cuando el sismo de 8.2 grados en la escala de Richter -el de mayor magnitud en México en 100 años- sacudió al Istmo. Sus tres hermanos, dos mayores que él y una menor, también dormían. Al sentir el jalón, los padres los echaron por una vieja ventana a la calle; no había de otra, las puertas se trabaron.


Hogar en ruinas


La familia de Carlos tenía su hogar en la avenida Josefa Ortiz de Domínguez, en la Segunda Sección de esta cabecera municipal. En el sitio yacen sólo ruinas. Un par de colchones, hamacas que ya nadie ocupa ante el temor del desplome; platos y vasos rotos, un viejo ventilador se desprendió del techo; el refrigerador, la estufa y la televisión cayeron.


No hay tranquilidad, hay miedo y hay angustia. Las réplicas no cesan e inquietan a la población que necesita alimento y agua, y que espera la ayuda de los gobiernos estatal y federal.


La escena se repite cuadra por cuadra. Al menos una vivienda se desplomó en cada calle de San Mateo del Mar. El puente que comunica a la cabecera municipal con el Barrio Nuevo quedó colapsado y a merced de la laguna. Aquí, las bases del paso se hundieron y se abrieron grietas que alcanzan los 50 centímetros de profundidad. La circulación de vehículos quedó interrumpida.



Los más pobres sufrieron mayores afectaciones

Comienza el censo de afectados


Apenas este martes, técnicos de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) arribaron a la comunidad y trabajan en el restablecimiento de la energía eléctrica; también, arribaron 13 brigadas de la Comisión Nacional Forestal -de Morelos, Estado de México, Puebla y Oaxaca-, quienes realizan el censo de viviendas afectadas. Hasta las 15:00 horas de ayer, se contabilizaban ya 79 hogares dañados. Será Protección Civil quien emita el dictamen. 


Un helicóptero de la Policía Federal aterrizó en la unidad deportiva de la población, traía despensas; los indígenas Ikoots se arremolinaron en torno al aparato, pero no recibieron la ayuda, ésta fue concentrada en el palacio municipal, donde no hay autoridad a consecuencia del zafarrancho del pasado 3 de septiembre, tras las realización de la elección extraordinaria ordenada por el tribunal electoral.


Locatarios del mercado público, mujeres esencialmente, expenden sus productos en la calle porque la estructura del viejo centro de abasto quedó fracturada. Se organizaron solos y planean guardias nocturnas para evitar saqueos.



La red eléctrica también sufrió afectaciones

Viven y duermen en la calle


Las familias duermen en la calle, en lo que pueden y como pueden. Cocinan en la calle, lo que pueden y lo que tienen.


El panteón municipal y el templo católico también resintieron la furia de la naturaleza. Decenas de tumbas sufrieron hundimientos y del recinto religioso se cayeron los cristales, algunas piedras y las imágenes.


Existe en esta comunidad un marcado desorden en la entrega de la ayuda humanitaria. La ciudadanía se queja porque existen personas que se forman hasta tres veces para recibir despensas; es decir, los entes responsables de entregar los insumos no llevan un estricto control.


Aquí, como en el resto de los municipios istmeños golpeados por el terremoto cuyo epicentro se localizó frente a las costas de Chiapas, esperan que alguien -llámese gobierno o sociedad civil- les tienda la mano.