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Juchirap: tras sismos, florecer con rap

Foto(s): Cortesía
Redacción

JUCHITÁN DE ZARAGOZA, Oaxaca.-Acostumbrados a las carencias, en medio de conflictos familiares y sociales, nació Juchirap, una banda de música que cuenta historias, en español y zapoteco, que narra las vivencias de los juchitecos: más tragedias que alegrías.


Cosijopi, Antonio y Lenin, quienes no superan los 23 años, son los integrantes, los tres viven en la Séptima Sección de la ciudad de Juchitán y conocen a un Oaxaca cruel, pero al mismo tiempo que da oportunidades de sobresalir y ellos encontraron en la música su fortaleza. Por eso, cuando el sismo devastó la ciudad, simplemente hicieron lo que sabían, rapear.


“La música es como un motor para que no se pierda la esperanza”, afirma Antonio, que refleja en sus ojos la interminable energía que posee, “el sismo fue una bomba, cuando tembló fue un golpe para todos. Es como decir que todo se acabó y no hiciste nada de tu vida”.


Dos caras del desastre


Durante la devastación causada por el terremoto de 8.2 grados en la ciudad de Juchitán de Zaragoza, Antonio lo vio todo, desde la muerte, el llanto, abandono, hasta la solidaridad y el apoyo entre vecinos y hermanos.


“La gente pensó: pude morir ahorita, un 7 de septiembre a las 11 de la noche y qué fue de mi vida, nada; y por eso mucha banda, el 8 de septiembre quiso hacer algo; los que tenían guitarra fueron a tocar, los que tenían pala fueron a palear y eso fue bien chido, porque Juchitán renació”, dice Antonio.


El 2017 fue un año que los juchitecos no olvidarán, en sus corazones y memoria; se escribió con sangre la tragedia, disfrazada de sismos, lluvias y muerte, “nosotros vimos todo eso, y escribimos mucho, a veces sí nos jode escribir esas cosas, pues piensas que no vas a cambiar nada”, explica Antonio.


Juchirap visitó albergue tras albergue, en donde hacían lo que sabían: rapear, Cosijopi llevaba la guitarra; otra person, la trompeta, los niños hacían música con latas de aluminio y Antonio y Lenin las ganas de ayudar.



Para Juchirap la música es un método de desahogo. FOTO. Mario Jiménez

Talleres de rap


En una de sus presentaciones alguien los vio e invitó a participar como talleristas en los albergues. Durante varias semanas enseñaron a los niños lo que era el rap, ahí nació la idea de crear un disco.


“En los talleres un grupo de niños compusieorn su primera canción que se llamó 7 de Septiembre y así fue como se desahogaron”, relata Cosijopi, mientras Dylan, su pequeño hijo de un año de edad, juega en su regazo.


Grabaron mil discos, y pensaron en vender algunos, “algo mínimo, por lo menos para que la jefa no te regañe”, dicen entre risas, sin embargo, al final todos fueron regalados, “fue un disco hecho por todos”.


Para Lenin, el 7 de septiembre fue como ver una película, pues la gente corría y las casas caían, “el sismo lo vivimos con miedo, pero como una revelación”, afirma sin borrar la sonrisa de su rostro.


“En el terremoto se vio que Juchitán tiene cosas buenas y malas, pero banda si hay, es decir, hay unión, hay una luz de esperanza, porque a pesar de que no hubo cierto apoyo real de las personas a los que le corresponden, hubo banda apoyando a la banda”.



7 de Septiembre es un disco grabado por jóvenes de Juchitán para recordar y honrar a las víctimas del terremoto. FOTO: Mario Jiménez

Una banda que nació en la penuria


Con menos de 15 años cada uno, Cosijopi, Antonio y Lenin se convirtieron en los raperos de su sección, la Séptima de Juchitán. Sin que lo notaran, se unieron en un viaje que se ha extendido por años, con éxitos y fracasos, con tragedias y risas.


Antonio Guadalupe Sánchez es un estudiante de la carrera de ingeniería Civil e integrante de Juchirap, “cada uno tuvo su forma de conocer el rap, yo creo que formar la banda fue como un accidente”.


Como todos, él tiene su historia, su padre lo abandonó y quedó al cuidado de su madre, con quien vivió penando de un lado a otro, pagando renta hasta que ella logró comprar un terreno y construir una pequeña casa en la periferia de Juchitán.


Esas andanzas le ayudaron, pues conoció a mucha gente, quienes en sus memorias tenían relatos de sus vidas, la mayoría de ellos, muy tristes, “ver todo eso me metió en una depresión muy loca en la secundaria”.


—Ya no quiero salir, ya no quiero ver esto mamá, estoy cansado.


Alguien le dijo a la madre de Antonio que lo llevará a un psiquiatra y así lo hizo.


—Pon atención porque es la única vez que te traigo, no tengo dinero para estar pagando estas cosas.


“Platiqué con la chava (la psiquiatra) y no le entendí, y me dijo que escribiera todo lo que me molestaba, fui a una papelería, compré una libreta y comencé a escribir”.


Conoció entonces la música de un rapero llamado Vico C, y los cables en su cabeza hicieron un corto circuito, pues sintió como si ese artista caminara por las calles de su barrio y escribiera las historias de sus amigos.


“Cosijopi es chido porque es de los más entusiastas que conozco, él para mí es chingón, quería música desde que lo conocí, cuando le mostré las letras que escribía, lo primero que dijo fue vamos a grabar, mientras que a Lenin lo conocí en un colectivo para promocionar el hip ho”, recuerda Antonio.


Música en la sangre


Cosijopi Ruiz López es un artista nato, descendiente de artistas, “somos de la Séptima Sección, que es el lugar donde se habla más zapoteco”, es primo de Antonio y desde pequeños mostraron gusto por la música.


“Mi primer acercamiento con la música fue por influencias de mi padre, a él le gusta la música y tenía su grupo de teatro, de música y todo eso me fue envolviendo”, rememora Jopi, como le dicen sus amigos.


Yo soy Juchirap


Carlos Lenin Pacheco es otro de los miembros de Juchirap y afirma que lo que le digan que no puede hacer, él lo hará, porque él es Juchirap.


Los tres son conscientes de que viven en un municipio necesitado, en donde el terremoto de hace un año vino a acrecentar las diferencias entre ricos y pobres, por lo que están dispuestos a denunciar en sus canciones las injusticias y necesidades de su pueblo.


Una Casa de Ocote, herencia Suiza



Benita lo perdió todo en el terremoto, y fue olvidada por el gobierno de México; desde Suiza llegó ayuda para ella. FOTO: Mario Jiménez

Benita lo perdió todo en el terremoto, casi un año vivió en la calle. Sola, la esperanza de tener una nueva casa se había esfumado, así como la de muchos juchitecos, pero una luz, de ocote, llegó desde Suiza.


Heinz Schaub es un pediatra suizo que se enamoró de México y de Juchitán, la sonrisa de istmeña lo cautivó y decidió construir una casa en esa ciudad, a la que llamó Casa de Ocote,


“Estuve en la Selva Lacandona como pediatra, primero una semana y después un año”, ahí conoció el fuego que irradia el ocote, que para él representó el fuego interno.


Le contaron sobre Juchitán y quiso conocerlo, “trabajé con personas que hicieron exhibiciones de los mejores artistas oaxaqueños, pero me di cuenta de que eso no era lo importante, sino trabajar con artistas locales”.


En la Casa de Ocote, construida sólo con los recursos del pediatra, imparten talleres de música tradicional y pintura, además de que cuentan con un estudio de grabación, apoyando a los nuevos talentos, lo que le da más satisfacción que asistir a un concierto de grandes estrellas.



Esta es la casa de Benita. FOTO: Mario Jiménez

“La personas en Juchitán son más abiertos, el contacto social es tan diferente, cuando miras a alguien, te ve e inmediatamente te saluda y sonríe, mientras que en Suiza se te quedan viendo raro”, afirma Heinz, quien tiene hijos mayores ysin más compromisos en Suiza, adoptó al Istmo como su hogar.


Vivió en Carne propia el terremoto