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México margina a la literatura indígena

Foto(s): Cortesía
Redacción

JUCHITÁN, Oaxaca.- El más grande conocedor de la cultura náhuatl, Miguel León Portilla, sufrió el regaño del sacerdote Ángel María Garibay, por pedirle asesoría sobre la filosofía de los mexicas y él no sabía hablar la lengua indígena.

 

“Eres como ésos que son expertos en la cultura griega y no hablan griego”, le reprochó.

 

 

Marco Antonio Huerta Alardín está aprendiendo el zapoteco del Istmo, al mismo tiempo que realiza su doctorado en Literatura en la Facultad de Español en la Universidad de California.

 

 

Lo ha centrado en los pueblos zapotecos. Él no necesitó un regaño, bastó que saliera a estudiar fuera del país.

 

 

Al hacer su maestría en los Estados Unidos se sintió marginado como hablante del español, ya que muy pocos maestros eran bilingües; todo se hacía en inglés, los textos, los libros.

 

 

“Ante esa nueva realidad a la que me estaba enfrentando, nada más tenía la opción de regresarme o seguir a pesar de todas estas cosas”.

 

 

Como estudiante hispano trató de abrir o revitalizar espacios para el español en los Estados Unidos, hasta que alguien le dijo que su realidad también la vivían escritores en lenguas indígenas en México:

 

 

“Eso me cayó como un balde de agua fría porque hasta ese momento yo no había considerado que eso estaba sucediendo en mi país y en mi disciplina, que yo mismo al no percatarme estaba cerrando espacios para los escritores en lenguas originarias en México”.

 

 

Desde entonces decidió centrar sus esfuerzos hacia la escritura de las lenguas originarias, ya que en México “el estado está diseñado para gente que habla solamente español”.

 

 

Consideró que si iba a abordar el tema indígena, debía tener todas las herramientas para no perder detalle en su labor de investigación.

 

 

“Paralelo a mi doctorado tenía que hacerme de más herramientas para acercarme de una manera menos distorsionada y llegar a estas literaturas de la manera más cercana; una de las barreras es el idioma”.

 

 

Se propuso al menos aprender una lengua originaria con todo lo que eso conlleva estar inmerso en la cultura, atestiguando la lengua en el mercado, familia, los amigos y participar en esos espacios.

 

 

Consideró que era mejor acceder a la cultura desde su lengua y no desde la versión en español de las traducciones.

 

 

Por ello llegó a Juchitán en donde está recibiendo un curso con el maestro Tomás Villalobos, un experto en la lengua diidxazá que tiene un reconocimiento como instructor de las universidades de los Estados Unidos.

 

 

A lo largo de dos meses, perfecciona su escritura y pronunciamiento del zapoteco del Istmo, y considera que para honrar al país multicultural reconocido en la Constitución, todo mexicano debería hablar una lengua indígena, consideradas como lenguas nacionales.