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Vivir en un albergue, única opción de miles en el Istmo, Oaxaca

Foto(s): Cortesía
Redacción

SALINA CRUZ, Oaxaca.- A mes y medio de ocurrido el terremoto de mayor magnitud en los últimos 100 años en el país, cuyos efectos devastadores se complicaron con las constantes réplicas y posteriormente con las lluvias, todavía no existe sosiego para los damnificados que se han visto forzados a habitar casas de campaña y han visto limitada su privacidad e intimidad en los albergues instalados.


Luego de la emergencia, la Secretaría de Marina estableció un albergue con los servicios más elementales en el campo Blanquito de Salina Cruz. A la fecha, 38 días después, el sitio ha estado funcionando y provee asistencia humanitaria: alimentación, hospedaje, servicio médico y baños públicos a hombres, mujeres y niños, damnificados por el sismo.


Giro de 180 grados


Teresa de Jesús Vega Rodríguez, de 44 años, mientras cuida de sus nietos, reconoce que el sismo vino a cambiar sus vidas; el cataclismo dio un giro completo a su existencia, ya que de tener un sitio seguro dónde dormir, se quedaron sin nada, y ahora son residentes de este albergue.


La desgracia de esta mujer, oriunda de Cintalapa, Chiapas, avecindada en Salina Cruz, inició hace más de un año. Durante un asalto, la mujer fue herida y sus manos ya no responden. Eso impide que pueda trabajar como lo hacía antes de ser salvajemente golpeada: en actividades de limpieza y tampoco puede cocinar.


A partir de ese fatídico día, lo único que ha hecho es peregrinar, pero con la ayuda de su hija ha podido sobrellevar su situación. Por las condiciones físicas en las que se encuentra, le es imposible obtener un trabajo que la haga valerse por sí misma.


Actualmente no cuenta con casa y una cama dónde dormir. Era en el domicilio de su hija donde pernoctaba, hasta que sobrevino el sismo del 7 de septiembre, el cual los dejó sin techo y sin más remedio que refugiarse en el albergue de la Secretaría de Marina.


Junto a su hija y sus tres nietos, la mujer comparte el dormitorio, la comida y la atención que les brinda el personal ahí destacamentado.



En el campo Blanquito fue instalado un albergue

No hay más remedio


Teresa indica que ahí permanecerán hasta que el gobierno decida retirar ese espacio, porque en realidad no tienen un lugar al cuál ir. La vivienda de su hija es muy pequeña, no hay suficiente espacio para los siete miembros que integran esta familia, y sufrió los embates del sismo.


A Teresa, el mundo se le vino encima cuando fue asaltada. Dejó de trabajar y si bien percibía lo mínimo al preparar tortas en un negocio en el centro de la ciudad, con lo que le aportaba su pareja les permitía rentar un pequeño cuarto por el rumbo de la colonia San Pablo, casi frente al Astillero de Marina. Pero después del asalto no ha podido hacer más que ayudar a su hija con el cuidado de sus nietos.


Teresa, en su peregrinar, ha perdido documentos valiosos: credencial de elector y acta de nacimiento, entre otros. La mujer no ha podido recuperarlos, pues no cuenta con recursos. Eso limita que pueda recibir apoyos oficiales como el programa Prospera o el Seguro Popular.


La mujer solo aprendió a leer y escribir. Solicita, de ser posible, la donación de lonas y camas, ya que no tiene dónde dormir, y en la medida de las posibilidades proveerla de un trabajo digno, que le permita desarrollarse como mujer.