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Xandú, la esperanza del reencuentro en Juchitán, Oaxaca

Foto(s): Cortesía
Redacción

JUCHITÁN, Oaxaca.- Era la oscuridad profunda cuando el “bi”, el viento divino, insufló el movimiento que hizo que apareciera la luz en el principio, dice la oración antigua de los zapotecos; y en los últimos días de octubre, el viento se hace presente, le llaman el “bi yoxho”, el viento más antiguo, el primigenio, el que trae las almas de los difuntos.


El viento que se presenta puntual, deshilacha las hojas de los platanares que se adosarán a los cuatro horcones que, según los investigadores binnizá, representan los cuatro rumbos del universo.


En medio del cuadro imaginario que hacen las cuatro columnas, se coloca el petate nuevo en donde se acomodarán los frutos, los tamales y la comida que se ofrece al difunto que apenas ha cumplido un año de muerto.


Suspendido frente el altar, atados a dos de las columnas, se erige el biguie’, un armazón de flores, frutos y panes, cuya estructura se conoce como “beedxe’” (jaguar), una forma geométrica que era base para la adivinación y juego tradicional, una especie de “el coyote y la gallina”.


Colorida tradición


Desde el lunes en la tarde-noche, los familiares adquirieron en el centro de la ciudad todo lo indispensable: cuatro platanares, cañas de azúcar para colocar en la entrada de la casa, manzanas, mandarinas, naranjas, cocos, plátanos y panes de marquezote con el nombre del difunto.


En la víspera, los familiares y vecinas se apersonaron en la casa del difunto y ayudaron a hacer el mole y preparar los tamales que en un cazo se cocinan en toda la madrugada.


En la mañana de este martes han vuelto otra vez los familiares y vecinos, los hombres arman el “beedxe’” y luego amarran las flores, colocan los cuatro horcones, le cuelgan todos los frutos. Las mujeres se encargan de colocar el petate y colocar las ofrendas, colocar los cirios e incensar.


Cuando todo está colocado, después del mediodía empiezan a llegar los conocidos, las mujeres a dejar flores, veladoras y la limosna correspondiente; en correspondencia reciben dos tamales, un pan bollo y un refresco.


En la noche se realiza el velorio, llegan los guitarristas a tocar sus piezas, se reparte el tamal para que prueben los hombres, café, cigarros y mezcal. Dentro de la casa, en el cuarto sagrado se sientan los más allegados al difunto a esperar una señal de su llegada: una fruta que cae, un presentimiento.


En recuerdo de Ángela


En la Quinta Sección, en el callejón Excelsior, vivió Ángela Sánchez Aquino que el año pasado, a sus 80 años, dejó esta vida de muerte natural; sus hijos, hijas, nueras, nietos, prepararon su altar, que rebosó de frutas de diverso tipo, desde las uvas que colgaban en racimos, hasta las diminutas y dulces manzanitas.


Sobre el petate de las ofrendas se dispuso hasta mezcal, los familiares no escatimaron en gastos y calcularon que la suma de todo alcanzó algo más de 20 mil pesos.


Sismo, recuerdo imborrable


Luego del sismo, muchas familias no lograron hacer su altar de muerto a sus difuntos que murieron antes del sismo y que cumplían los cuatro meses requeridos para poder realizar la ofrenda, por lo que en este año que debieron hacer el segundo altar, apenas hacen el primero.


El año del sismo estaban tan golpeados por el terremoto y sin recursos, que de plano no quisieron hacer la ceremonia y lo dejaron para este año; aún así, lo hicieron muy sencillo, ya que hacer un altar con todas las formas alcanza varios miles de pesos.


Origen


En la explanada municipal y en las calles aledañas al centro se expendieron las flores de muertos, los panes, los dulces tradicionales, que reunieron a cientos de personas que acudieron a adquirir lo necesario para sus altares y para sus difuntos, que a diferencia de otras culturas, los esperan en sus casas.


La costumbre juchiteca es de celebrar los últimos días de octubre y no los días tradicionales que designa la iglesia para conmemoración de todos los santos a los que no se festejan en el calendario, y de los días de muertos del resto del país, que son los días 1 y 2 de noviembre.


Para la creencia zapoteca, todos los parientes que mueren se convierten en “bidó huiini’” (pequeños santos) que diferencian de los santos católicos que llaman “bidó’ ró” (santos grandes).