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A dos años sin el Obispo de los Pobres : Arturo Lona Reyes

Foto(s): Cortesía
Gerardo Valdivieso Parada

JUCHITÁN, Oaxaca.- Al cumplirse dos años de su fallecimiento, víctima del CovidVID-19 el 31 de octubre y 97 años de su natalicio el 1 de noviembre, se recuerda el legado del séptimo Obispo de la Diócesis de Tehuantepec, Arturo Lona Reyes, de la que durante 29 años fue Obispo titular y durante veinte años Emérito, entregándose totalmente en un trabajo misionero para llevar la alegría de la fe y la ayuda social a los pueblos del Istmo.

Mensajero de la fe y la alegría

El párroco de la iglesia de Esquipulas, Jesús Gutiérrez, recordó la honda huella que dejó en la región en donde fue “padre, pastor, hermano, amigo, compadre, llevó a las comunidades cristianas la alegría y la esperanza de la fe”.

El padre Chuy, como lo conoce la gente, recuerda que llegó al Istmo como misionero Javeriano hace treinta años por invitación del Padre Obispo en su tarea, que inició desde que tomó las riendas de la Diócesis, de subsanar la falta de sacerdotes y misioneros, por lo que recorrió el mundo y todo el país invitándolos a trabajar en las comunidades del Istmo.

“Yo estaba en Madrid, España, antes nos había dado dos ejercicios espirituales, lo conocimos en Huejutla, Hidalgo, donde él había sido párroco y nos invitó a hacer una misión acá, desde los setentas hasta el dos mil se vinieron doscientos   sacerdotes y de ese total nos quedamos un pocos más de veinte”.

 

 

En 1971, año en que Lona Reyes asumió como Obispo, se encontró que no había sacerdotes y tampoco una estructura diocesana, aunque el anterior Obispo había construido un seminario, decidió convertirlo en un Centro de Pastoral y a los seminaristas al Seminario Regional del Sureste (Seresure) apenas fundado en 1969 con sede en Puebla, recuerda el sacerdote.

Detalló que el Obispo de los Pobres llegó a la región cuando los pueblos estaban alejados y no había caminos, las ciudades crecían y se estaba construyendo la refinería que traería mucha migración, por lo que el joven Obispo se dio a la tarea de traer a sacerdotes, misioneros, laicos comprometidos con la evangelización, llegando a la Diócesis misioneros oblatos, jesuitas, dominicos y religiosas.

El párroco que venía para una estancia de un año y se ha quedado treinta, recordó la primera impresión que tuvo de Lona Reyes: “un hombre entregado y coherente con su fe, decidido en un estilo de vida, por eso venimos a seguir su ejemplo, queríamos vivir lo que nos había enseñado la teología renovada aplicando el mensaje de Cristo”.

 
 
El padre mediador

Por su liderazgo, el Obispo de los Pobres generaba mucha energía positiva para sus sacerdotes, imitando a Cristo en sus palabras: “'he venido a traer fuego a la tierra y cuánto deseo que esté ardiendo' y ardiendo dejó a la Diócesis en su opción por los necesitados y mirarnos a nosotros mismos con amor, porque el Istmo tenía por un tiempo baja autoestima y él nos enseñó a amar a nuestras culturas y amar a los diferentes”.

Resaltó que el sentido del humor y la alegría del Obispo contribuyó a resolver muchos conflictos y enseñó a las personas a  resolver conflictos entre pueblos, barrios y familias “era muy inteligente y resiliente en tiempos de adversidad, fue resistente en tiempos de persecución”.

Para el padre Chuy, el Obispo amó tanto a su Diócesis y lo amaron tanto, que le costó mucho desprenderse de su trabajo pastoral en la Diócesis, cuando en el 2000 llegó a los 75 años de edad y tuvo que presentar su renuncia al Papa Juan Pablo II, “se le dificultó mucho entregar y a muchos se les dificultó dejarlo ir, y se entiende”.

El sacerdote recordó que en marzo del 2020 en los ejercicios espirituales con los sacerdotes de la Diócesis y el Obispo Crispín Ojeda Márquez les regaló sus últimas palabras, los bendijo y rezó la oración de San Carlos de Foudcald: “Padre me pongo en tus manos”, una oración muy querida por Lona Reyes.

El Obispo que no se dejaba

El sacerdote holandés Frans Vanderhoff que llegó a la Diócesis en 1980, encontró en el Obispo Lona Reyes a una persona abierta y en cinco minutos se dieron cuenta que estaban en la misma línea: el lado social del mensaje de Jesús, “dar de comer a los que tienen hambre, dar de beber a los que tienen sed, visitar a los que están en la cárcel, tratar de defender los derechos inalienables de la gente: techo, trabajo y tierra”.

Recordó que el Obispo le encomendó en la Diócesis ver qué problemas había en las comunidades y cómo solucionar formando cooperativas y organizaciones en coordinación con él realizando trabajo diaconal, es decir, el trabajo de servir, en la sierra chontal y luego en la sierra zapoteca-mixe.

Reconoció que el Obispo nunca se involucró en el trabajo manual organizativo en el caso de la conformación de la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo (UCIRI), una organización que llevó a los campesinos a comerciar su café directamente con los consumidores saltándose a los intermediarios y coyotes que los mantenían en la miseria.

Sin embargo, fue fundamental su acompañamiento, nunca faltó a ninguno de los festivales anuales por el aniversario de la organización y el ánimo que inyectó a los pueblos en los difíciles momentos, en donde recibió ataques por su labor.

Mantuvieron una comunicación estrecha desde que se conocieron, el Obispo siempre quiso tenerlo cerca y siempre acudía con él para platicar, incluso para confiarle sus problemas, que se agudizaron luego de su renuncia y la llegada de un nuevo Obispo.

“Tenía problemas con el nuevo Obispo, venía a desahogarse, con Felipe (Padilla Cardona) fue un drama, le dije ‘no te dejes’; él sí sufrió pero nunca se dejó”.